La pena de muerte en la Historia de Guatemala: algunas reflexiones del escritor Jaime Barrios Carrillo

El módulo de la vida 

Jaime Barrios Carrillo  

Jacinto Benavente vino a Guatemala en 1923 para estrenar su obra “Más allá de la muerte”.  La llegada del celebre dramaturgo y premio Nóbel no pudo menos que conmover a la pequeña capital guatemalteca. El Imparcial le dedica una edición especial y el ilustre visitante es recibido por el general Orellana. Benavente pide ante un numeroso público por la vida del sargento Julián Gómez, sentenciado a muerte por el levantamiento de Palencia. El gobierno corrupto de Orellana, ante la presión de la opinión pública y de la prensa, accede al indulto. El Imparcial publica entonces una nota que terminaba literalmente: ”el sargento Gómez no puede ir al patíbulo”.   

No fue llevado al paredón pero de todas maneras fue ajusticiado extrajudicialmente (un mes más tarde). Se pretendió hacerlo pasar por un tal Julio López. Mas reportajes periodísticos descubrieron la maniobra y la opinión pública pudo saber que el ”leyfugado” era el mismo Gómez, un mes antes indultado por la petición de Benavente.   

El levantamiento en Palencia a mediados de 1922 fue parte de una larga cadena de pequeñas y fracasadas insurrecciones locales, poco coordinadas entre sí, contra el gobierno del general golpista Orellana. Los fusilamientos “legales” y los extrajudiciales que sobrevinieron fueron cuestionados por la intelectualidad de la época y por la prensa. El jueves 24 de agosto de 1922 otro de los condenados, Francisco Lorenzana, había sido entrevistado en su celda por el legendario Ricardo Arenales (Porfirio Barba Jacob). Esta entrevista y otros artículos sobre ejecuciones del  Imparcial, más lo publicado en la apologética prensa oficialista, fueron un primer debate a través de los medios de comunicación sobre la pena de muerte en Guatemala.    

El “Ministro de Guerra” de Orellana era el general Ubico, futuro y furibundo tirano. Férreo opositor a la abolición de la pena de muerte y gran ejecutor de la misma; tanto en su versión legal como en su forma de ”ley fuga”. Durante su dictadura de 14 años fueron ejecutados decenas de ciudadanos, entre ellos el líder obrero Juan Pablo Wainwright, quien intentó suicidarse cortándose las venas en prisión. Se dice que escribió una consigna antiubiquista con su propia sangre en las paredes de la ergástula  donde esperaba la muerte. Lo ”curaron” médicos militares para que pudiera caminar y pararse frente al pelotón de fusilamiento en el interior de la antigua Penitenciaria. Fue ejecutado a las cuatro de la madrugada y “¡Viva la vida!” habrían sido sus últimas palabras.   

Manuel José Arce a mediados de los setentas escribía en el El Gráfico sobre el fusilamiento de dos tremendos asesinos. Qué frescas aún esas palabras del último tercio del siglo pasado: “Siguen creciendo niños en el aprendizaje de la ira y del odio contra la vida…han sido destruidos dos productos pero la fábrica sigue en plena producción, a toda marcha”. Su clamor, escrito en su vieja máquina de escribir, de “No maten por favor…” contrasta con la voz del “postmoderno” cavernícola que hoy nos grita desde su computadora: “¡Mátenlos!”. En Guatemala el cangrejo pareciera ser guía de la historia, o más bien de nuestra eterna prehistoria. La cultura de la muerte ya enquistada.   

La pena de muerte por causas políticas fue eliminada formalmente de nuestras Constituciones. Pero ha sido con dramática frecuencia “letra muerta”. Desde la “ley fuga” a las masivas ejecuciones extrajudiciales durante el conflicto armado interno. La manifestación más abominable de esta cultura jurídico/legalista de la muerte (por los contenidos inquisitoriales y sus formas clandestinas) fueron los Tribunales de Fuero Especial, creados por general golpista Ríos Montt, hoy legislando muy campante en el Congreso y con inmunidad para no ser procesado. Con la excusa de combatir el comunismo fueron ejecutados miles y miles de guatemaltecos en las últimas décadas, lo que Amnistía Internacional llamó alguna vez “ejecuciones extrajudiciales dentro de un plan gubernamental de asesinatos políticos”. De ahí que la mano dura y superdura que están mostrando ahora los diputados, pretende ignorar el sustrato histórico de la pena de muerte. Además de que (y con música de cielito lindo) “de la mano dura a la mano blanco, sólo hay un paso”.   

“Pena de muerte” se llama la instalación del artista Luis Díaz expuesta en The Väsby Konsthall de Estocolmo en 1996. Tres óleos de cabal expresionismo figurativo representan una pared perforada por múltiples balazos. En el suelo tres figuras pintadas en blanco, siguiendo las formas de cuerpos humanos caídos, imitan la investigación criminológica. Producía una fuerte impresión sobre el momento en que se le quita la vida a un ser humano, al mismo tiempo que ponía el tema de la pena de muerte ante la conciencia del público.    

El hecho de ser Luis Díaz un artista guatemalteco daba a la propuesta un sentido extra de reflexión, por considerarse entonces ( y todavía en el mundo civilizado) que Guatemala es un país donde no se respeta la vida. Donde hay pena de muerte, linchamientos, miles de viudas y huérfanos, desnutrición infantil, pobreza extrema.    

El mundo ha seguido avanzando hacia la abolición de la pena máxima. Turquía, a pesar de la falta de democracia que ahí ha imperado, acaba de suprimirla con vistas a cumplir con los requisitos europeos de convivencia civil. El discurso antiabolicionista guatemalteco coincide con el de la ultraderecha europea. Le Pen en Francia, por ejemplo, ha utilizado como argumento electoral su intención de restaurar la guillotina, con la excusa de enfrentar la criminalidad. 

 

 La historia de Juan Tzoc en el relato de Monteforte Toledo (Un hombre y un muro) nos sigue recordando la injusticia ancestral que condena al “sitio donde se olvida hasta el olvido”. Por ello vale recordar siempre los versos de un poeta incinerado por El Santo Oficio Contrainsurgente: ”nada podrá contra la vida porque nada pudo jamás contra la vida” (Otto René Castillo).  

Porque la pena de muerte por hambre, o por enfermedades curables (diarrea, pulmonías, etc.) es aplicada a diario a miles de niños guatemaltecos. Miseria y exclusión autoritaria son el origen de la criminalidad que nos domina y que nos ha gobernado en los últimos años.  ¿Hasta cuándo vamos a tolerarla? ¿Cuándo se suprimirá tanta injusticia, tanta corrupción e ineficacia, tanta impunidad? ¿Cuándo comenzará en Guatemala la era civilizada de los módulos de la vida y de las inyecciones vitales de capital humano, educación y cultura?

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