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Discusiones

Artesanos de la Memoria

Edgar Gutiérrez

 El Periódico,  27 de abril de 2008

Fuimos un árbol sin raíces, arrastrado por el viento huracanado del conflicto. Esa fue mi propia enseñanza cuando trabajé el Remhi, tras oír tantas historias. Pero cohabitar con la memoria no es fácil. Especialmente cuando hechos traumáticos atravesaron la vida.

La gente sufrida se negaba a hablar: “No quiero recordar porque vuelve el miedo, y también la rabia”. El pasado no encontraba acomodo. Como el goteo pertinaz que se cuela a través de un dique, sutilmente toma el gobierno de nuestra vida sin que se le reconozca. Migrañas crónicas.

Alcoholismo. Suicidios recurrentes entre jóvenes. La violencia como lenguaje familiar y social. Depresiones súbitas.

Y el reino de la desconfianza. “Esa (señora) tiene doble corazón”, me dijo una mujer de San Miguel, Baja Verapaz, refiriéndose a su vecina de toda la vida. “Uno es el corazón que enseña, otro el que oculta, no se sabe cuál es verdadero”. La solidaridad claudicó ante el agravio y la descalificación.

Todos éramos culpables hasta demostrar lo contrario. El pesimismo oscureció el futuro y otro pasado, remoto, anterior a la tragedia, se instaló como idea de futuro. “Las dictaduras eran crueles, pero imponían autoridad, los delincuentes recibían un castigo ejemplar”.

En ese terreno floreció toda suerte de fundamentalismos. Hubo una promesa de liberación, más bien un refugio. La historia cabía en el “pecado” y mediante la conversión se enmendaba. La confrontación trastocó la psicología social e indujo la censura de regiones enteras de la memoria, sofocando la reconciliación como acto verdadero de amor y necesidad de reconstitución individual.

Esta fue la materia del Remhi que inspiró el obispo Juan Gerardi.

La idea de Gerardi era procesar las secuelas, rescatando la memoria colectiva para afirmar un sentido de reconciliación desde abajo de la sociedad y desde adentro del individuo. Arrancamos en 1996, cuando el conflicto se mantenía en brasas, pues las negociaciones entre el Gobierno y la guerrilla estaban avanzadas. Se había firmado en Oslo el acuerdo de la Comisión del Esclarecimiento Histórico (CEH).

Gerardi quería abrir una brecha a la CEH, viendo sus breves plazos y el difícil acceso a las comunidades aún dominadas por el miedo. Sin embargo el trabajo adquirió desde el principio una dinámica propia, impuesta por la necesidad de la gente de contar sus experiencias. Formamos una extensa red de líderes comunitarios, los Animadores de la Reconciliación, verdaderos artesanos de la memoria.

Derrotando distancias escabrosas y exponiendo su integridad, más de 300 hombres y mujeres del campo levantaron miles de testimonios en todo el país, a la vez que llevaron consuelo.

Reconstruimos con ellos la historia de Guatemala y sus comunidades. Abordamos temas de salud mental. Aprendimos a nombrar el miedo y la dignidad arrebatada. Valoramos el coraje de la gente frente a las calamidades, y descubrimos rutas de resistencia, testimonio del triunfo de la vida sobre la muerte.

La memoria estaba viva y progresivamente se liberaba. No era solo narración de hechos.

Reflexionábamos sobre los significados; la conducta humana en situaciones límite, y el sustento de valores e ideologías. Íbamos tras un pasado atroz que debía, no obstante, ayudarnos a conquistar el futuro.

Conocer los mecanismos del terror permitió entender nuestros propios miedos y buscar la manera que no nos paralizara. Entendimos que otros miedos eran útiles, pues nos hacían prudentes. ¿Y luego?

Fuimos tras la utopía de la reconciliación: justicia, perdón, misericordia, conversión. No tuvimos una fórmula establecida, tampoco era claro que hubiese un orden calificado. Decidimos explorar y pronto vimos los límites. El estatus quo no estaba casado con el Estado democrático. Se modernizaba en sus formas, pero seguía anacrónico en el fondo.

Otro desafío nos plantaron las comunidades. “Ustedes hablan de reconciliarnos con los vivos, pero antes debemos reconciliarnos con nuestros muertos”. En el mundo indígena el eslabón vida–muerte es cotidiano y la emergencia de la calamidad lo debilitó. Las migraciones forzadas, el cambio inducido de religión y las drásticas adaptaciones culturales, incluyendo las lingüísticas, modificaron brutalmente los referentes tradicionales.

Los niños murieron en la huida sin haber sido nombrados. Los perros se hartaron los cadáveres humanos. Otros fueron lanzados a fosas comunes. Otros más se perdieron en el éxodo de la montaña. Se negó la sabiduría de los abuelos. La autoridad de los sacerdotes mayas fue degradada.

Y la memoria de los contadores de los días fue perseguida por subversiva.

¿Y la reconciliación con los vivos? “Estoy lista para ofrecer y dar perdón”, me dijo una mujer k’iche’ en Santa Cruz, “pero ¿a quién?”. Cierto, teníamos un vacío de comunicación con los perpetradores. Algunos de ellos se acercaron y trabajamos las huellas de sus propios traumas. Pero eran una minoría. El resto nos veía con sospecha. Negaban lo ocurrido, alegaban que ya estaban reconciliados, y nos acusaban de convocar otra vez la violencia abriendo heridas y avivando el resentimiento.

Hubo experiencias de reconciliación comunitaria en las montañas del norte. Durante noches enteras los enemigos hablaron y hablaron, juntaron sus historias, identificaron las causas de su rencor y descubrieron que aún en los momentos de mayor crueldad, hubo espacio para la compasión.

Reconocer eso les ayudó a recuperar el hilo extraviado.

No obstante, el perdón no era fácil. “Fue mi hermano, mi vecino quien me hizo el daño”. Hasta resultaba entendible que un extraño de la comunidad aterrorizara a civiles anónimos, porque recibió órdenes.

El 24 de abril de 1998 presentamos Guatemala Nunca Más, fruto de esa experiencia. Dos días después nuestro director pastoral, el obispo Gerardi, fue brutalmente asesinado. Nos quedamos sin cabeza. Alguien me inquirió: ¿qué hacemos ahora? Y le recordé: “Debemos ser como la sal, que se disuelve en el agua y cambia su sabor».

 

¿Qué es la producción científica? 

Juan Carlos Argüelles

EL PAÍS, 6 de febrero de 2008

 Siguiendo los postulados de Thomas Kuhn, la gran revolución científica acontecida a lo largo del siglo XX, con sus evidentes repercusiones sociales, tiene su innegable raíz en un gran cambio de paradigma. La ciencia dejó de ser protagonizada por ricos ociosos y talentos patrocinados por algún mecenas acaudalado. Los espectaculares avances científicos son patrimonio de profesionales financiados con fondos públicos o capital privado, reclutados como investigadores con dedicación exclusiva. Una consecuencia directa del nuevo paradigma fue la sustitución del científico individual por el grupo de investigación, estructurado a modo de pirámide jerarquizada, con un director al frente, varios miembros consolidados dotados de sólida base (sinónimo de posdoctorales), más un elenco de investigadores en proceso de formación inicial.

Otra derivación sustancial fue la aceptación del valor universal de la ciencia, circunstancia que afectó a los procedimientos de comunicar los resultados y descubrimientos relevantes. Las sesiones de academia, la correspondencia epistolar entre investigadores o la edición restringida de monografías y libros en ediciones locales e idiomas nativos, no eran métodos ágiles ni eficaces para difundir y validar los nuevos conocimientos (los trabajos de Mendel tardaron 30 años en ser redescubiertos). La solución más plausible consistió en la publicación de artículos cortos adaptados a un formato estándar (los populares papers) en revistas de circulación mundial (los populares journals), escritas en un lenguaje aceptable por la comunidad científica: el inglés. Durante la última centuria, el floreciente desarrollo de la investigación ha promovido la edición paralela de una plétora de nuevas revistas en cualquier rama del saber. La abundancia y nivel de las publicaciones constituye un índice fiel de la capacidad, trayectoria y hondura científica asignable a cada grupo investigador. Más aún, se han convertido en un parámetro crucial de política científica para medir la calidad y decidir -dada la escasez crónica de recursos- qué líneas y equipos de trabajo merecen ser financiados. En consecuencia, se han introducido ciertos factores matemáticos para medir el rendimiento de los grupos, que atienden a dos criterios esenciales: el número de artículos publicados (cantidad) y el prestigio de la revista (citaciones y/o impacto). El conjunto resultante se expresa como la producción científica de un grupo. Este procedimiento cuasi unánimemente aceptado por la comunidad científica no está exento de inconvenientes, empezando por decidir si la producción debe ser valorada en términos absolutos o relativos. Es decir, si las publicaciones son evaluables como un todo o referidas al tamaño y fondos presupuestarios de cada grupo; o si todos los miembros coautores poseen idéntico grado de paternidad sobre el artículo, con independencia de su número. Por otra parte, una producción fecunda de artículos no implica necesariamente concluir en descubrimientos trascendentes; como tampoco pertenecen a la historia de la literatura universal tantos escritores prolíficos de novelitas rosa o del Oeste. Además… ¿se han publicado históricamente los grandes avances en los journals más influyentes? La respuesta obvia sería sí, ya que su prestigio e impacto se basan en un método de selección muy riguroso, que sólo filtra los trabajos punteros en la frontera del conocimiento. No obstante, el proceso de revisión por pares no es infalible ni completamente anónimo, puesto que los revisores de un manuscrito conocen los nombres de sus autores, no siendo raro que compartan especialidad y puedan mantener distinto grado de afinidad o simpatía. Así, ocurre con frecuencia que prestigiosas revistas publican artículos irrelevantes, presuponiendo el alto crédito científico concedido a sus autores, mientras descubrimientos sobresalientes han sido recogidos en órganos de menor impacto (caso del descubrimiento más importante en biología del siglo XX). Al revés, revistas punteras han rechazado aportaciones novedosas, al proceder de investigadores semidesconocidos. Todo ello, sin perjuicio de recordar los minoritarios pero escandalosos episodios de publicación fraudulenta recogida en los mejores journals. Igualmente, es discutible admitir el número de citaciones como parámetro infalible de calidad, puesto que casi la mitad de los artículos publicados no se citan nunca, y muchos reciben citaciones negativas.Otra cuestión de fondo supone reflexionar sobre si la esencia de la ciencia es crear o producir; si la búsqueda de nuevos saberes requiere un número elevado de publicaciones brillantes, y si un investigador poco productivo debe ser apoyado. Indudablemente, el sistema vigente puede ser válido con matices. En su concepción actual son más importantes los continentes que los contenidos, condicionando una investigación rutinaria mediante proyectos continuistas de objetivos previsibles, encaminados a obtener resultados rápidamente publicables a corto plazo. Tal estrategia margina a los investigadores osados y heterodoxos con escaso bagaje de producción científica, pero capaces de plantearse desafíos inauditos del paradigma establecido. Quizá la mayoría haya fracasado, pero cuando tenían razón, han provocado auténticas revoluciones en nuestro conocimiento. La disyuntiva estriba en decidir si la investigación debe favorecer el conocimiento y progreso de la humanidad o el currículo de los grupos; si se investiga para descubrir o para publicar. Quizá en estos tiempos de pragmatismo rácano, se abuse con exceso del axioma «… publica, que algo queda».

 

Juan Carlos Argüelles, es profesor de Microbiología en la Universidad de Murcia.

 

 

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Asturias polémico

El reconocido historiador Arturo Taracena Arriola, autor entre otros importantes títulos de «Etnicidad, Estado y nación en Guatemala, 1808–1944» (Cirma, 2003), reflexiona en el siguiente ensayo sobre la reciente reedición de la polémica tesis de Miguel Ángel Asturias «Sociología guatemalteca. El problema social del indio».

El  Acordeón, 3 de febrero de 2008

Por: Arturo Taracena Arriola

La Editorial Universitaria acaba de editar la tesis de licenciatura para obtener el grado de abogado que Miguel Ángel Asturias sustentó en 1923 con el título Sociología guatemalteca. El problema social del indio, publicada por la Tipografía Sánchez y De Guise. Esta reedición, que está precedida por un extenso ensayo introductorio del editor y del cual se ocupará en gran medida esta reseña, viene a llenar un vacío necesario por ser hasta esta edición no solo un texto de difícil adquisición, sino porque ha estado en el centro de la polémica intelectual guatemalteca sobre el papel de la etnicidad en la construcción nacional, tomando en cuenta que su autor ganó posteriormente el Premio Nobel de Literatura. Julio César Pinto Soria nos advierte que más allá de que el público en general pueda leerla ahora con facilidad, su propósito como editor es el de permitir profundizar el análisis de su contenido y las circunstancias en que fue escrita. Por tales razones, considera que hay que tomar en cuenta la necesidad de ponerla en su contexto histórico y de rastrear la evolución ideológica y las fuentes académicas que la sustentan con el fin de comprobar las ideas viejas y las nuevas que Asturias sustenta en ella. Como Premio Nobel de Literatura, nos recuerda Pinto Soria, no necesita de justificaciones oficiosas.

Esa es la intención que guía el trabajo introductorio de Pinto Soria, quien no rehúye el debate, pues lo entabla abiertamente con casi todos los que hemos escrito sobre este tema asturiano. Tan solo exige que el mismo sea ecuánime. Por ello, en las siguientes reflexiones me avocaré a resaltar algunos de los aportes que a mi juicio tiene su introducción y a debatir algunas de las ideas que sustenta, así como proponer iniciativas de investigación que me parecen podrían ayudarnos a seguir profundizando tanto en el análisis de la polémica y a la vez audaz obra asturiana, como en el contexto histórico del país en que fue elaborada. Veamos.

La cuestión indígena

Como ya ha sido planteado por varios autores, lo más importante a valorar en la temática que Asturias escogió como punto de tesis fue la audacia de analizar la cuestión indígena, que si bien no era desconocida –como el mismo reconoce– al punto que había sido abordada periódicamente desde la Ilustración al período liberal–positivista por pensadores, entre otros, como Matías de Córdoba y Batres Jáuregui, sí era novedoso que un estudiante universitario la asumiese con un tono de compromiso social para la época. «El asunto no es nuevo –escribió en la introducción– pero es innegable que después de todo lo que se ha dicho, el indio sigue, como antes, olvidado por parte de aquellos a quienes la nación confió sus destinos y por parte de los gobernados que formamos la minoría semicivilizada de Guatemala (profesionales, estudiantes, comerciantes, periodistas, etcétera).»

Como bien señala Pinto Soria, Asturias actuaba en el contexto de la apertura política e ideológica producida por la gesta unionista (en la que participó activamente desde las páginas de El Estudiante), a raíz de la cual el tema de la redención del indígena había salido a luz en el debate de prensa, planteado ya no solo por plumas ladinas, sino por manifiestos escritos y firmados por indígenas.

A partir del tema del ambiente académico que se vivió en Guatemala durante el régimen de Estada Cabrera y en la década de 1920, surge una primera pregunta clave para entender el contexto que Pinto Soria exige abordar. ¿Por qué Asturias muestra un bagaje teórico–metodológico tan endeble a la hora de abordar la redacción de un ensayo sociológico tan pretencioso? Él opta por señalar que, de hecho, las ciencias sociales surgieron solamente hasta las décadas de los cuarenta y cincuenta del siglo pasado, sindicando de paso que, en sus críticas a Asturias, Dante Liano y Gerald Martin se olvidan de ello cuando le achacan haberse estrellado en lugares comunes, dictados por la mediocre cultura universitaria dominante en ese entonces. Y, para respaldar su argumento, nuestro editor subraya que, a pesar de dicha deficiencia, la relevancia de haber tratado la cuestión indígena es evidente en la temática literaria asturiana, reflejada al abordar con originalidad y profundidad el mundo indígena en obras primigenias como Leyendas de Guatemala (1930) y Hombres de maíz (1949).

La verdad es que si bien no se puede negar que en el texto de la tesis se evidencian muchos de los lugares comunes sobre los indígenas de maestros como Batres Jáuregui y Salvador Falla, también hay planteamientos novedosos, que Pinto Soria aborda en la introducción. Sin embargo, pienso que para dar un salto cualitativo en el debate, ya no se trata de seguirle la pista a la evolución del pensamiento de un personaje, sino de la sociedad en su conjunto, especialmente de los intelectuales y universitarios como grupo social.

El ambiente intelectual

¿Cuándo emergen las ciencias sociales en Guatemala? A mi juicio, esa pregunta podría dar paso a un gran tema de investigación en torno al desenvolvimiento intelectual guatemalteco durante la dictadura de Estrada Cabrera. Ya se han hecho pasos en esa dirección, como lo demuestran varias obras aparecidas en el país y en el extranjero sobre el tema en los últimos veinte años, pero no son suficientes. Planea la idea sobre el total oscurantismo estradacabrerista, al punto que Pinto Soria se hace eco de la existencia en sus bibliotecas de tan solo viejos textos, sin que contasen con las obras de los principales exponentes del pensamiento filosófico y sociológico contemporáneo. Yo lo creía así hasta que en una librería de viejo encontré un ejemplar perteneciente a la biblioteca de la Facultad de Derecho de la edición española del Origen de la familia, la propiedad privada y el Estado de Engels traducida por Eusebio Heras y editada en Valencia por Sempere y Cía. en 1904.

No busco con un libro hacer una generalización, sino señalar que en la obra del filósofo comunista estaban contenidas las principales ideas de la teoría evolucionista de Lewis Henry Morgan en su obra La Sociedad Antigua, que Pinto Soria señala haber influido a Asturias a la hora de caracterizar la sociedad precolombina guatemalteca. De hecho, no existe un estudio de los títulos que contenían en ese momento las diversas bibliotecas de la Universidad de San Carlos y que pudieron servir de aparato crítico no sólo para la tesis del futuro Premio Nobel de Literatura, sino de todos sus compañeros universitarios.

¿Se introdujo la cátedra de Sociología después de la caída de Estrada Cabrera? O, como lo afirma Claude Couffon, ¿Asturias fue de los primeros universitarios guatemaltecos en aplicarla? Desde finales del siglo XIX, la Facultad de Derecho tenía una revista intitulada Escuela de Derecho en cuyo tomo IV, números 10 y 11, de marzo y abril de 1908, Ernesto Quezada publicó el ensayo «La sociología, el carácter científico de su enseñanza» y en los números 13 a 16, Adolfo Posada dio a luz el artículo «Tendencias doctrinarias de la sociología moderna», en los que ya citaba extensamente la obra de Emile Durkheim, considerado el Padre de la Sociología. Queda claro que ni Asturias ni los otros estudiantes que seguidamente trataron la cuestión indígena (García Granados, Del Valle Matéu y Arriola), se avocaron a citar todo el estado de la cuestión disponible en el país. No lo hicieron porque era el producto de la mala formación teórico–metodológica enseñada en ese entonces en la Universidad. Basta con ver la calidad de la mayoría de las tesis de graduación, las cuales parecen haber sido escritas generalmente como un mero trámite, puesto que los requisitos esenciales para obtener el grado de abogado eran los cursos ganados y la práctica de bufete.

Tomando en cuenta la parquedad de las citas bibliográficas de la tesis, referidas tan solo a Batres Jáuregui, Ugarte, Morel, Starr y Vico, Pinto Soria se avoca con éxito al demostrar la presencia en la obra de Asturias de reflexiones propias a

Nietzsche y Le Bon, dejando ver que también conocía parcialmente la obra de Bunge, de Ingenieros y de Sarmiento. Asimismo, sigue la traza de la influencia que José Vasconcelos y Manuel Gamio ejercieron en el entonces estudiante de Derecho, que acudió a México para asistir al Primer Congreso Panamericano de Estudiantes organizado por el primero. Influencia directa en su planteamiento político en torno a la cuestión indígena, el cual –es necesario subrayarlo– estaba enmarcado dentro de la ideología liberal mexicana. Por un lado, esta conllevaba la admiración por el pasado prehispánico concebido como glorioso –debido sobre todo a su esplendor arquitectónico y matemático– y, por el otro, argüía que el indígena contemporáneo era una carga para la modernización del país y un obstáculo en la creación de la nación. Por tanto, el Estado mexicano se empeñó en crear los instrumentos institucionales para hacer triunfar la idea del mestizaje, entendido sobre todo como «asimilación»: alfabetización en castellano, educación primaria pública, repartición de tierras, salud pública, acceso a la ciudadanía y al voto, etcétera.

La creación del proceso de homogeneización que diese nacimiento a la guatemaltequidad exigía por tanto, según Asturias, la asimilación de los pueblos indígenas a la sociedad ladina por medio del mestizaje. Como él escribió en la introducción de la tesis: «El estudio de nuestras sociedades ha de ponernos en la posibilidad de hacer de Guatemala una nación racial, cultural, lingüística y económicamente idéntica». Por ende, no había cabida para la alteridad cultural, puesto que la diversidad era -como lo sigue siendo para muchos- concebida como un estorbo para consolidar a Guatemala como nación.

El «desliz» asturiano

¿En qué se distanciaba dicha tesis de los postulados ideológicos del liberalismo guatemalteco en materia étnica, expresados abiertamente por su maestro Batres Jáuregui? Este partía de la necesidad histórica de mantener la bipolaridad indio–ladino, reproductora del sistema de explotación de la mano de obra indígena sobre el que descansaba el Estado cafetalero. Tal lógica pasaba por mejorar la reglamentación del trabajo y la educación con el fin de garantizar el éxito de la agricultura de exportación, sin por ello sacar al indígena de «todo lo suyo» y llevarlo a una «civilización inadecuada para su raza». Por tal razón, en su afán contestatario del sistema de explotación cafetalero, Asturias terminó por aceptar la idea de «mejorar» la raza indígena por medio de la miscegenación con población blanca, recurriendo al ejemplo histórico de la colonización germana en la Verapaz. Es decir, no había lugar para el indígena, por lo que debía de ser asimilado vía el mestizaje racial. No es que en México no hubiesen existido voces a favor de la eugenesia, pero para 1923, en ese país, el mestizaje era concebido sobre todo como una asimilación cultural, en la cual el Estado debía de empeñarse por medio de sus instituciones. Allí, el indigenismo debía de cumplir tal función.

En una sociedad como la guatemalteca la «desvitalización» del indígena –como afirmaba Asturias–, solo permitía el cruzamiento racial con la raza blanca, que era vista como el elemento «regenerador» y, por tanto, conllevaba explícitamente una propuesta de «blanqueamiento». Si bien puede darse blanqueamiento sin miscegenación o sea culturalmente, siendo el mestizaje entre el indio y el español lo predominante en Iberoamérica, el segundo ha sido tradicionalmente concebido como el factor dominante, no solamente «regenerador de la raza» sino productor de la lengua, la civilización y la pertenencia a Occidente. En sí, si tal propuesta no significaba el exterminio de los indígenas en el sentido lato, sí implica su mutación a algo diferente. En esa dirección, el razonamiento desarrollado por Pinto Soria, tratando de demostrar que eugenesia no es sinónimo de blanqueamiento, da como resultado una argumentación que, a mi juicio, peca de optimismo. Él mismo no deja de aceptar que, habiendo Asturias tomado partido por el paradigma mexicano del mestizaje cultural, al final la receta leboniana terminó por arrastrarlo hacia la tramposa concepción del mestizaje racial.

Tal «desliz» asturiano se da en el contexto del pensamiento liberal dominante en Guatemala, que hace de la figura ideológica del «ladino» el actor del nacionalismo emergente guatemalteco, la «parte viva» como Asturias lo llama, desplazando al criollo y manteniendo la subordinación del indígena.

El ladino era «presente» y el indígena «pertenecía al pasado». El peso de tal ideología en él también se ve expresado en su rechazo a los emigrantes chinos, acusándolos de «raza degenerada». En ello no se apartaba tampoco de la ideología racista que permeaba a los sectores urbanos guatemaltecos desde finales del siglo XIX cuando se trataba de los emigrantes chinos y jamaiquinos, vistos por los sectores populares y medios como competidores desleales del espacio laboral y portadores de vicios y enfermedades. Por su parte, el Estado guatemalteco, favorecedor entonces de los intereses bananeros de la United Fruit Company, hacía oídos sordos de tales críticas, permitiendo el tráfico de aquellos, al punto de ser fuente de enriquecimiento para los funcionarios de turno.

Ahora bien, subraya Pinto Soria, lo importante es ver cómo Asturias, siguiendo posiblemente a Gamio, consideraba que dicho proceso homogeneizador basado en el mestizaje debía conducir por sobre todo a lograr la «comunidad de aspiraciones» entre todos los guatemaltecos. Es decir, debía de llevar implícita la justicia social, gran motora de la revolución que todavía a inicios de la década de los veinte se venía dando en el país vecino. Ello explica sus inquietudes en torno a la función social de las universidades y las ideas socialistas en general, y su abierto latinoamericanismo, que lo acompañarían toda la vida. La llegada a Londres y a París alimentaría en Asturias esas inquietudes sociales y culturales, pues, como José Carlos Mariátegui lo señaló, muchos de los intelectuales de la generación del 20 habrían de redescubrir en Europa las raíces de América y a partir de ello utilizarlas como fuente de inspiración literaria y política. En resumen, me parece propicia la apuesta editorialista de Pinto Soria de concentrar también esfuerzos en el análisis del contexto histórico en que se produjo la redacción de Sociología guatemalteca. El problema social del indio y esperemos que su publicación dé paso a un debate de altura.

 

Flexibilidad para las Humanidades

El futuro de las disciplinas de ‘letras’ pasa por apostar por los equipos multidisciplinares e incorporar técnicas experimentales

 JUNE FERNÁNDEZ – Bilbao

 El País, 30 de enero de 2008
 

En una sociedad que desecha lo que resulta poco productivo, las ciencias humanísticas quedan infravaloradas frente a áreas consideradas más prácticas, como la ingeniería o la biotecnología. Ante su menor visibilidad, investigadores de renombre de los 19 grupos de humanidades de la Universidad del País Vasco (UPV) abogan por practicar un cambio de cultura, apostando por trabajar en equipos multidisciplinares y emplear técnicas experimentales.Expertos en geología o farmacia se integran en equipos de historia que trabajan en laboratorios punteros propios de las ciencias más duras. Esa tendencia a lo multidisciplinar hace que la etiqueta de humanidades pierda el sentido. «Es un corsé que nos arroja a un escalón inferior. La prehistoria, la arqueología o la geografía son básicamente experimentales», afirma Ignacio Barandiaran, profesor de Prehistoria. Hay quien, como Agustín Azkarate, catedrático en Arqueología, predice que pronto «las disciplinas clásicas se disolverán». «Más que adquirir conocimientos específicos, hay que educar en actitudes de cambio. Las fronteras se diluyen dando paso a un contexto mestizo y flexible», defiende.

«No hay ningún humano que viva sin su historia. Es nuestro aire común», argumenta Joseba Agirreazkuenaga, profesor de Historia Contemporánea. Recuerda sus aplicaciones en las relaciones sociales y en la organización socio-cultural y política. Pero hay un ejemplo especialmente evidente de humanidades aplicadas: las ciencias del patrimonio. «Están relacionadas con temas de rabiosa actualidad como la sostenibilidad, la conservación de las ciudades históricas, el turismo y el ocio», sostiene Azkarate, especializado en ese área. Difundir esa información evitaría que jóvenes con vocación humanística se decanten por otras carreras por considerar que tienen más salidas profesionales.

Los investigadores de humanidades pueden contribuir a clarificar otros asuntos de máximo interés como el cambio climático, opina Barandiaran. «Los prehistoriadotes hemos trabajado sobre anteriores cambios climáticos. Aportamos la perspectiva necesaria».

En la sociedad del espectáculo, sólo los hallazgos sorprendentes como la invisibilidad, la vida en otros planetas o el último robot inteligente logran hacerse un hueco en los medios de comunicación. Las humanidades no suelen ofrecer contenidos impactantes, lo que les resta visibilidad. «La historia apasiona, pero a veces no sabemos transmitir los avances», señala Ramón Díaz de Durana, historiador medieval. «Somos malos vendedores», opina Barandiaran.

Además de las citadas causas sociales, las humanidades tienen que enfrentarse a las reglas de la investigación universitaria, diseñadas a medida de las ciencias experimentales. El de Barandiaran es uno de los tres únicos grupos del área que se han colocado en el grupo A (más de 70 puntos sobre 100) en las últimas evaluaciones realizadas por el Gobierno vasco para conceder financiación a los equipos consolidados. Los evaluadores utilizan los mismos criterios (número de artículos, patentes, internacionalización…) para valorar todas las áreas del conocimiento, y un estudio del País Vasco medieval difícilmente puede tener la misma acogida en revistas internacionales de impacto que una fórmula contra la metástasis, admite Díaz de Durana. «Medir a todas con la misma escala genera distorsiones», concluye Azkarate.

Pero temen que ser evaluados con otros criterios desprestigie más aún a las humanidades. «Habrá que adaptar cosas, pero quiero que me evalúen con criterios homologables, sin grandes distinciones», subraya el historiador medieval. Barandiaran llama a tener en cuenta valores intangibles como el prestigio, y no sólo la productividad.

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«Desde su contribución seminal, Interpretación del Desarrollo Social Centroamericano, ha convocado a la academia y al público en general a una lectura de los acontecimientos sociales, económicos y políticos de la región con un sentido integral: más allá de las fronteras geográficas, con un horizonte temporal de largo alcance y con una aproximación sectorial que permite combinar economía, sociedad y política. La Centroamérica objeto de la reflexión de Edelberto Torres Rivas es por lo tanto plena, fluida, única».

Reseña en la página de FLACSO, Sede Académica Costa Rica.

 

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Edelberto Torres-Rivas

La política es como
la tentación de la carne

Este académico, que ha sido consultor de Flacso, Cepal y el PNUD, asegura que el que estudia una sociedad como la de Guatemala y reacciona, se vuelve profundamente crítico.

 Por Francisco Mauricio Martínez
Foto Carlos Sebastián

Durante más de tres décadas, Edelberto Torres-Rivas (1932) se ha dedicado a la investigación social en Chile, México, España, Costa Rica y, desde 1996, en el país. Durante este tiempo ha publicado algunos ensayos y más de 15 libros, de los cuales la Interpretación del Desarrollo Social Centroamericano (1971), su primer libro, es el que considera el más importante. Por esta publicación va a recibir un reconocimiento (37 años después de haber sido editada), durante el Congreso de la Latin American Studies Association (LASA), el 7 de septiembre, en Vancouver, Canada. Ese libro ha sido editado en 35 oportunidades.Sus primeras investigaciones las efectuó en Chile y estuvieron relacionadas con el tema de la juventud, luego se dedicó a hacer estudios relacionados con el asunto rural, campesino y agrario. Durante los últimos años su trabajo ha hecho énfasis en problemas de ciencia política, como elecciones, partidos y crisis política, violencia, democracia y Estado. En la actualidad, es consultor del Programa de las Naciones Unidas (PNUD) y director del Programa Centroamericano de Posgrado, de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso). 

¿Cómo se inició en el campo de la investigación social?  Desde joven tuve sensibilidad por los asuntos sociales, al punto de que cuando me iba a graduar de abogado en la Universidad de San Carlos (Usac), la tesis que hice no fue sobre un asunto jurídico, sino sobre las clases sociales en Guatemala. Al principio hubo resistencia pero finalmente lo aceptaron y salió bien considerado. Eso da una idea de que yo ya tenía interés en las Ciencias Sociales. Después me fui a Chile (1964) a estudiar una maestría en Ciencias Sociales y luego a Inglaterra (1970) a obtener el doctorado en Ciencias Sociales para el Desarrollo. 

¿En dónde principió a poner en práctica esta vocación?  Me gradué en la Flacso de Chile en 1966, donde tuve como profesor a Fernando Cardozo, que luego fue presidente de Brasil, quien me llevó a la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) como su colaborador. Ahí tuve la suerte de estar rodeado de una élite de intelectuales latinoamericanos que vivía en Chile y aproveché para reflexionar y estudiar Centroamérica. A raíz de esto escribí mi primer libro que se llamó Interpretación del Desarrollo Social Centroamericano. 

Esa sensibilidad social ¿le produjo problemas durante el conflicto armado?  Yo me fui a estudiar a Chile (1964) y volví a Guatemala hasta 1996 cuando se firmó la Paz o sea que estuve viviendo más de 30 años en varios países, donde trabajé como sociólogo, daba clases, investigaba y escribía. De modo que el conflicto armado no lo viví, pero sí lo seguí muy de cerca, porque me dolía cuando amigos míos eran detenidos, desaparecidos y muertos. Una buena parte de mi generación murió por el conflicto, de modo que lo vi de lejos, pero estaba muy cerca desde el punto de vista anímico y político.

Esa estadía en el extranjero,¿estuvo condicionada al conflicto o fue algo circunstancial?  Yo diría que las dos cosas, porque pude haber venido a quedarme un tiempo; pero estaría muerto, sin ninguna duda. Hubo una época en que aquí en Guatemala el que andaba con libros era sospechoso; la muerte de Luis de Lión fue por eso. 

¿Alguna vez ha sentido la tentación de la política?  A mí me gusta la política, pero como objeto de estudio, como preocupación, como actividad humana y como una posibilidad de acercarse al poder e influir. Yo nunca he estado en un partido político, aunque he tenido amigos políticos, y nunca voy a estar, porque ya me queda poco tiempo de vida. No me desagrada la política ni los partidos; hoy se habla mal de éstos y de los políticos, lo cual no es justo, porque la gente que se expresa así termina en uno o siendo político. Los partidos son importantes para la vida democrática; sin ellos no hay democracia, así como tampoco sin ciudadanos. 

¿Lo han invitado a participar en alguna de estas organizaciones?  Muchísimas veces, de manera que la tentación es permanente. Es como la tentación de la carme, pero me resisto. 

¿Qué lo hace resistirse?  Pienso que puedo ser más útil analizando la política y no haciéndola, pensando en ella y no viviéndola, esa distancia es la que me permite ser un poco más objetivo, más prudente. 

Si tuviera el poder, ¿qué cambios haría en Guatemala?  Llamaría a una gran alianza no sólo de partidos políticos, sino también de organizaciones sociales y la academia (sociedad científica, literaria o artística) para llevar a cabo un programa mínimo de trabajo y empezar vigorosos programas en educación y salud y una profunda reforma tributaria, para tener un Estado solvente. Tiene que ser un programa a largo plazo; cuatro años de gobierno no sirven ni para agarrar el ritmo, se necesita un tiempo mayor para cambiar al país. Pero cada cuatro años se desgasta un gobierno, un año para agarrar la onda y cuando falta uno se inicia la campaña electoral, es absurdo. 

Después de investigar la realidad social del país, ¿qué es lo que más le ha llamado la atención?  Este es un país obstinado, cuya historia siempre se va por el atajo, nunca por el camino ancho, amplio y visible y eso significa una historia dolorosa de tropiezos con ascensos y descensos. No todo ha sido malo, hemos tenido momentos de progreso y bienestar y otros en que esto no ocurre. 

¿Cómo es el guatemalteco?  Creo que lo malo es la desesperanza de la gente; nosotros estamos haciendo algunas encuestas y cuando se le pregunta a las personas, ¿cómo va a ser su vida dentro de cinco años? Responde que va a ser peor. Por qué no dicen que va a ser mejor, con esa desesperanza no se camina, lo más importante es que la gente empiece a recuperar su autoestima. En Sociología existe la profecía autocumplida que dice que el que piensa que algo malo le va a suceder le ocurre y en Guatemala se está cumpliendo. La desesperanza es una cuestión de actitud y dimensión personal, no de las autoridades. El ambiente condiciona, pero uno también reacciona. Que tal si todos dijéramos: Vamos a salir adelante, ¡hasta en el futbol ganaríamos!. 

¿Se arrepiente de haber regresado al país?  No, jamás; estoy muy contento. No me arrepiento de nada de lo que he hecho, no me lamento de haber estado afuera, porque si no me hubieran matado. 

¿Qué cosas hacen que diga eso?  Que me he sentido pleno y productivo dentro y fuera del país. Me he dado cuenta, modestamente, que soy útil y puedo producir y que, en consecuencia, me realicé en el exterior y aquí en el país. En el exterior tiene uno, a veces, más recompensas, porque nadie es profeta en su tierra. Aquí se lo comen a uno los de derecha, porque dicen que uno es de izquierda extrema y los de izquierda dicen que uno se vendió con la derecha. 

A propósito, ¿dónde se ubica?  En la izquierda. No es necesario ser de extrema izquierda para serlo, porque el que estudia una sociedad como la de Guatemala y ve todos los problemas que tiene, reacciona y se vuelve profundamente crítico; es un problema de vergüenza personal. Al conocer los problemas graves que hay aquí y saber cuáles son las soluciones uno tiene que estar de este lado, porque del otro sería estar de acuerdo con que esto ocurra y qué me importa. Lo que distingue a la izquierda y la derecha es que la primera quiere el cambio para que haya igualdad y la segunda que las cosas sigan igual para que haya libertad. Nosotros somos partidarios de la igualdad con cambio y ellos dicen: Eso ya vendrá, mientras, que cada quien haga lo que quiera, que el mercado dirija todo. Por eso estamos peor ahora. 

¿Qué le duele más del país?  La miseria… me duele, a veces tengo la sensación de tener una daga en el corazón. Cuando recién llegué a Guatemala hice un recorrido por distintos rumbos. Una tarde iba entre Cuatro Caminos (Totonicapán) y Huehuetenango, y encontré a unos niños muy pequeños, llovía y hacia frío, iban sin ropa, descalzos… me dio rabia… es que no hay derecho….confieso que me puse a llorar, ¿cómo va a haber niños descalzos en esta época del desarrollo nacional? Iban caminando en el lodo y con una mirada perdida. Desde entonces, tropiezo con situaciones similares. Vivo acongojado, lo peor es que en mi trabajo, las estadísticas, las lecturas, todo lo que hago me ratifica la profunda desigualdad de esta patria adolorida. 

Y ¿qué le satisface?  Desde el punto de vista intelectual tengo mucho optimismo, según los cálculos del editor Raúl Figueroa Sarti, en Guatemala se publica un libro y medio por día. El año pasado se editaron más de 400 entre poesía, ¿mala poesía?, novela, buena y pésima y Ciencia Social, muy pajosa. Hay un promedio de tres seminarios semanales para entrega de libros o discusiones académicas, eso no ocurría antes y está creciendo. También hay pintores, exposiciones buenas y malas, música jazz, popular y clásica. El teatro no logra ponerse de pie, sólo vodevil… qué hacer?. 

¿Cuál considera que ha sido su mayor aporte a Guatemala?  No me atrevo a decirlo; creo que esa pregunta la deben responder otras personas, yo no puedo valorar mi propio trabajo, porque me pondría pedante o con un ego que no me cabría. Esa pregunta que la respondan otros y que digan: ¿qué ha dejado Torres-Rivas o no ha dejado nada… ha servido o no ha servido?. Después de 30 años, a qué vino o, a lo mejor, producía más en el extranjero. Yo viví en Argentina y Chile y cuando estuve en estos países tuve más eco. Lo que escribo aquí no sé si la gente lo lee. Alguien dijo que el que escribe en Guatemala muere inédito, yo no sé.

Así ve la investigación

 > Avances: Donde más investigación ha habido es en historia, porque algunos guatemaltecos han hecho valiosas contribuciones. Sin embargo, como sucede en otras partes, la historia nacional la hacen los europeos y los estadounidenses, quienes han hecho trabajos importantes que sólo se publican en inglés y muchas veces ni vienen acá. Creo que por el lado de la Antropología también hay avances importantes. 

>Carencias: Creo que no hemos estudiado lo suficiente el problema étnico, hay mucho bla, bla, bla, que multiétnico, que multilingüe, que no sé qué, pero este problema hace falta conocerlo mejor; la estructura de la dominación étnica, las relaciones interétnicas. El tema de género no ha sido estudiado a profundidad. Falta mayor conocimiento del problema ecológico y tener un mejor diagnóstico de la riqueza vegetal, mineral, fauna y la flora. En Guatemala no hay catálogos y libros suficientes, nos hace falta mucho de eso. Creo que no está bien estudiado el período Precolombino maya, el cual yo llamo el pasado maya auténtico, recién ahora empiezan a sacarse conclusiones.

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Walker, los ‘buenos’ y los ‘malos’

Campaña Nacional

NO ES SENSATO FORMULAR ESTRICTOS PARALELISMOS ENTRE HECHOS POLÍTICOS DE ÉPOCAS DISTINTAS

Lowell Gudmundson

Para los amantes de la polémica historiográfica, las conmemoraciones del sesquicentenario de la Campaña Nacional han dado una oportunidad para contribuir a un mundo cada vez menos interesado en temas históricos. Los intercambios algo acalorados entre Iván Molina, Juan Rafael Quesada y Armando Vargas sirven de pretexto para señalar aquí dos errores lamentables, no con el afán de apagar las llamas de la controversia, sino para especificar sus profundas bases ideológicas y políticas. Primero, entre varias críticas acertadas, Molina ha insistido en que el estudio de Robert May demuestra que –contra lo insinuado por Quesada y por Vargas– el gobierno de los Estados Unidos no apoyaba oficialmente los esfuerzos filibusteros. Dicha afirmación resulta tan cierta como engañosa o incompleta.

Molina señala la tendencia a simplificar para alinear a todos “los villanos” mediante el uso de un lenguaje más nacionalista –al estilo decimonónico– que analítico. Sin embargo, en vista de la hipocresía de la política exterior estadounidense desde tiempos de Walker –recordemos la cínica práctica de “negación convincente” de Kissinger y Nixon o los mal llamados “conflictos de baja intensidad” de Reagan–, ¿qué ganamos al repetir, fuera de contexto, la bien fundamentada afirmación de May?

Sería más que ingenuo pensar que la política de Reagan en Nicaragua se basaba en los pronunciamientos oficiales o que, sin el escándalo Irán-Contra, jamás se hubiese llegado a documentar su profunda duplicidad, evidente para todos, pero perfectamente borrada de los archivos oficiales.

Versiones. Más importante para la política real en tiempos de Walker, sería resaltar las contradicciones que llevaron al magnate estadounidense Cornelius Vanderbilt (cuyos derechos en el lago de Nicaragua fueron lesionados por actos del gobierno de facto de Walker) a contribuir con las fuerzas centroamericanas y su causa, que traer a cuentas esta o aquella posición oficial norteamericana. Entonces, como ahora, la política oficial era la arena de intensos conflictos e innumerables proyectos, privados o públicos, en busca del aval público en caso de triunfar.

¿Quién no recuerda el proyecto no oficial encargado primero a Oliver North en el sótano de la Casa Blanca, revelado durante el escándalo Irán-Contra y continuado con sus interminables candidaturas y programas de radio y televisión? Más importante que las posiciones oficiales en frenarlo, fueron las revelaciones en serie de la primera administración Arias y sus aliados en el Congreso norteamericano.

El hecho de que varios de los implicados en el programa “no oficial” Irán-Contra hayan vuelto a ocupar cargos claves dentro de la administración Bush (hijo) demuestra la poca relevancia de cualquier posición oficial estadounidense. El Destino Manifiesto en 1856 –al igual que el anticomunismo más reciente y la lucha contra el terrorismo ahora– cobijaba un sinnúmero de agentes particulares y sus siniestros proyectos.

Segundo, el nacionalismo heroico, romántico y a veces simplista de los escritos de Quesada y de Vargas puede ser comprensible y hasta loable en la situación actual con un nuevo filibusterismo, esta vez plenamente oficial de parte del Gobierno norteamericano en Iraq, pero con una suerte tan deshonrosa como la de Walker.

‘Neoliberal’. No obstante, es irónico que dichos autores procuren tapar el Sol con un dedo. En su afán por establecer comparaciones directas entre las amenazas que ven en el TLC actual y el filibusterismo decimonónico, no parecen reconocer que la presidencia de Juan Rafael Mora, su héroe, se identificó intensamente con la política económica liberal, el equivalente de un TLC.

Eso ocurrió mediante la privatización de las tierras comunales como única fórmula hacia el progreso basado en las exportaciones del café allí producido. Su política generó numerosos y airados opositores en San José y Alajuela, por lo que la caída de Mora tuvo más que ver con este descontento que con lo que algunos hoy presentan como una traición confabulada por unos cuantos malos hijos de la Patria.

El nacionalismo historiográfico costarricense ha tendido a glorificar el patriotismo emotivo y sus supuestas bases en la amplia distribución de la propiedad privada de la tierra, base del ser nacional y su idiosincrasia. Sin embargo, la propiedad privada de la tierra tiene raíces históricas; combinan complejas tendencias, muchas veces opuestas (no son simplemente positivas o democráticas).

Hay por lo menos tres elementos contradictorios que apuntan contra una lectura tan morista y heroica de la Costa Rica de mediados del siglo XIX. Varios autores ya señalaron la relación entre la elección de Mora y el intento por restringir el voto a propietarios más pudientes con la Constitución de 1848. Además, Mora y José María Montealegre –su principal contrincante– se beneficiaron en lo personal de la privatización de las tierras ejidales del oeste inmediato de la capital.

En esas privatizaciones (reforzadas con la ley de cabezas de familia de 1864), la política de concesiones de tierras públicas a particulares en zonas de colonización elimi-nó casi por completo a las mujeres cabezas de familia como beneficiarias directas, a diferencia de las prácticas previas de concesión en censo o alquiler que sí las incluían.

Otra vez vemos procesos contradictorios; por un lado, la ampliación social del número de varones capaces de ser propietarios y votantes, a la par del intento –nada exitoso– de restringir el sufragio; el aumento radical en el número de varones beneficiados con tierras públicas por un lado y, por otro, mayor rigidez patriarcal.

Mora Porras, entonces, sería el arquitecto de un patriarcado más democrático, o de una democracia de más propietarios.

¿Por qué los historiadores debemos prestar más atención al contexto y al cálculo que a los eternos favoritos del nacionalismo romántico, el carácter y la conciencia de los padres de la Patria? Aunque pesen cuestiones de carácter y conciencia, más convincente es trazar los cambios en circunstancias, contexto y cálculo. De seguir con la misma clase de errores, los historiadores del siglo XXI, al tratar del presidente Óscar Arias, polemizarán sobre si contemplan al “bueno” de la política desafiante a Reagan y Premio Nobel, o al “malo” reelegido –según algunos– inconstitucionalmente y dedicado al trámite del TLC contra viento y marea.

Los futuros lectores estarían con pleno derecho de cambiar el orden de las palabras bueno y malo, basados exclusivamente en sus convicciones ideológicas, al igual que con la figura de Mora Porras actualmente.

La polémica podría ser interesante, pero, en el mundo real, los buenos y los malos no se alinean en forma tan complaciente y simple: héroes y sus fieles seguidores por acá, villanos y sátrapas por allá.

No reduzcamos la historia a las moralejas de un nacionalismo añejo, ni a un casuismo documental que a contribuiría a la popularidad de su mensaje en tiempos de marcada polarización como el actual.

Lowell Gudmundson es profesor en Mount Holyoke College (EE. UU.) y autor de Costa Rica antes del café (1986) y coeditor de Café, sociedad y poder en América Latina (2001).

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La Versión Extrema sobre William Walker

Campaña Nacional.

EL FILIBUSTERO WILLIAM WALKER NO LLEGÓ AL ISTMO COMO AGENTE DEL LLAMADO ‘DESTINO MANIFIESTO’

Iván Molina Jiménez

Hay algunas explicaciones de procesos históricos que, pese a tener gran aceptación, han sido elaboradas a partir del resultado final de tales procesos, sin atender a las especificidades de su desarrollo. En buena medida, la experiencia de William Walker en Nicaragua puede considerarse un caso de esta índole.

Existe una versión “extrema” de la llegada de Walker a Centroamérica, según la cual su arribo es entendido como una invasión derivada de la doctrina Monroe y del Destino Manifiesto, y, por tanto, un ejemplo más del expansionismo territorial de Estados Unidos.

Según tal enfoque, el proyecto final de Walker, tácitamente apoyado por el gobierno estadounidense, era convertir a todo el istmo en una república esclavista, la cual sería expandida al Caribe para incluir a Cuba. De este proyectado “imperio”, Walker sería el “dictador”.

¿Cuál es la fuente principal de esta versión? Hasta donde se conoce, una buena parte de ella procede del libro que el propio Walker publicó en Estados Unidos en 1860, La guerra de Nicaragua , con el fin de lograr apoyo del sur esclavista para financiar nuevas incursiones en suelo nicaragüense.

De esa forma, un texto que circuló cinco años después de su arribo a Nicaragua (1855), y que en buena medida fue escrito como una obra de propaganda, se convirtió en la base para explicar tanto esa llegada como las motivaciones y expectativas que Walker tenía en 1855 y a inicios de 1856.

¿Esclavitud? La tarea de cuestionar la versión extrema debe partir de una precisión básica: Walker no invadió Nicaragua. Él llegó a ese país, en junio de 1855, porque fue contratado por los liberales de León, desde 1854 en guerra civil con los conservadores de Granada, para que los ayudase a derrotar a sus adversarios.

Gracias a las concesiones prometidas por los liberales nicaragüenses, así como a su habilidad política, Walker logró convertirse, en cuestión de meses, en jefe del ejército de Nicaragua (octubre de 1855) y quedó en una posición privilegiada para ofrecer condiciones atractivas a aquellos individuos que desearan enrolarse en sus fuerzas.

Desde esa perspectiva, es claro que la doctrina Monroe y el Destino Manifiesto fueron el contexto en que se dio la llegada de Walker a Nicaragua, y facilitaron que la propaganda a su favor encontrase un terreno abonado en ciertas áreas de los Estados Unidos; pero ni la doctrina Monroe ni el Destino Manifiesto explican la llegada de Walker al istmo.

En segundo lugar, gracias al estudio realizado por Robert E. May, hoy es evidente que, si bien hubo políticos estadounidenses que se identificaron con el proyecto de Walker, el gobierno federal verdaderamente procuró frenar las actividades de los filibusteros y, pese a sus limitados recursos, complicó bastante los planes de Walker.

También destaca May el hecho de que, en su fase inicial, Walker (quien había formado parte de un grupo político antiesclavista en California), no manifestó interés alguno por introducir la esclavitud en Nicaragua.

Tal paso lo dio sólo en septiembre de 1856, cuando, presionado por una oposición militar creciente, decretó la introducción de la esclavitud en un esfuerzo por lograr un estratégico apoyo de los estados sureños.

Sin embargo, este decreto, que convirtió a Walker a posteriori en campeón de la causa esclavista en Estados Unidos, vino demasiado tarde ya que en cuestión de meses se encontraría en una situación insostenible, que lo llevaría a capitular en mayo de 1857.

Río San Juan. A lo anterior se debe añadir, en tercer lugar, que el proyecto fundamental de Walker entre 1855 y 1856 parece haber sido consolidar el dominio sobre el sur de Nicaragua, que era el asiento de la llamada Vía del Tránsito, cuyo control era esencial no sólo por razones financieras, sino estratégicas (llegada de suministros y reclutas).

Cabe recordar, además, que esa ruta era considerada en la época como viable para construir un canal interoceánico. De hecho, hasta inicios de 1856, Walker procuró no despertar hostilidad en el resto de Centroamérica, lo cual logró con algún éxito ya que, pese a los esfuerzos de Costa Rica por involucrar a Guatemala, El Salvador y Honduras en la primera fase de la lucha contra los filibusteros (marzo y abril de 1856), los gobiernos de tales países no consideraron que Walker fuera una amenaza inminente.

Muy diferente fue la posición costarricense, pero, para comprenderla de manera correcta, se debe partir de lo siguiente. Como parte de la versión extrema, se ha indicado que, una vez en control de Nicaragua, Walker se proponía invadir a Costa Rica y penetrar hasta el Valle Central. Tal punto de vista parece inverosímil pues Walker no parece haber contado en ese momento con las fuerzas suficientes para emprender una iniciativa de tal índole.

Además, un paso en esa dirección habría complicado no sólo su posición dentro de Estados Unidos, sino que, ahora sí, habría puesto a Guatemala, El Salvador y Honduras decididamente en su contra.

Con base en la información conocida, lo que se puede asegurar es que, muy probablemente, el objetivo inmediato de Walker, a inicios de 1856, era llegar a un acuerdo con el gobierno costarricense, con el fin de dar seguridades de que Costa Rica no se vería afectada por lo que ocurría en Nicaragua, y con el propósito de disminuir la hostilidad hacia la presencia de los filibusteros en territorio nicaragüense. Esta se intensificó tras ser ascendido Walker a comandante en jefe del ejército de Nicaragua.

Línea dura. ¿Por qué, entonces, el presidente Juan Rafael Mora asumió una posición de línea dura contra Walker, pese a las reservas, cuando no la oposición, de algunos miembros del gabinete y de otros sectores influyentes en la Costa Rica de 1855-1856?

Las dos razones principales que explicarían esa posición serían: primero, que el proyecto de Walker suponía, a la larga, una amenaza directa para la integridad territorial de Costa Rica, en particular si la iniciativa del canal empezaba a concretarse.

En tal caso, para Walker sería fundamental ejercer control no sólo del sur de Nicaragua, sino también del norte costarricense. Para esto, el jefe filibustero podía apelar a los reclamos territoriales formulados por Nicaragua contra Costa Rica desde la anexión del Partido de Nicoya en 1824.

En segundo lugar, el éxito de Walker y la consolidación de su posición en Nicaragua, podía estimular nuevas expediciones contra otros países de Centroamérica. Por tanto, antes de que Walker pudiera fortalecerse más militarmente, el presidente Mora optó por iniciar la guerra.

Así pues, la principal debilidad de la versión extrema es suponer que lo que Walker escribió en 1860 coincide con lo que eran sus expectativas y motivaciones desde que llegó a Nicaragua en 1855, sin considerar que aquellas cambiaron a medida que variaba la situación política y militar.

Pensar históricamente la experiencia de Walker en Centroamérica debería partir, por tanto, de considerar la especificidad de cada uno de sus momentos.